Llega la sangre, atolondrada. La sangre no piensa, no tiene ideología ni
conciencia. Se agolpa aquí o allá siguiendo alguna sorda llamada,
¿primitiva? La siento correr como si no fuera mi sangre, como si no
tuviera nada que ver conmigo, como si fuera parte de otro sistema al que
me conecto de manera violenta y súbita. Un cuerpo paralelo que presta
sus oídos a dioses y demonios.
Hay otros idiomas, que no
escuchamos pero entendemos. Simples e imposibles idiomas, hechos de
palabras que son cosas y voces que son sangre. La verdad solo visita
nuestra lengua desde lejos, alguna vez.
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